Cuando conocí a María (nombre ficticio), tenía 45 años, estaba recién separada y con dos hijos ya adultos. Como otras mujeres de su edad, tras trabajar brevemente en su juventud como empleada (en su caso en negocios de peluquería), al tener hijos había abandonado el trabajo para dedicarse a la familia. Con una cualificación académica baja, y conocimientos básicos de peluquería, no sabía por dónde empezar para reengancharse a la vida laboral.